La muerte de mujeres en nuestro país nos sigue dejando datos trágicos. En este mes de abril, seis mujeres han sido asesinadas. La última el pasado día 25, en Ferrol, muerta a puñaladas por un cliente del bar donde trabajaba. Deja un hijo de 12 años. No está claro que se trate de un caso de violencia de género, aunque determinadas fuentes apuntan en este sentido.
De la misma manera, el día anterior, el 24 Abril, en Valls (Tarragona), una mujer de 47 años fue asesinada por un hombre, tras una discusión, cuando acudió a su casa. No contabilizará como víctima de violencia de género por ser prostituta.
Esta es la realidad. Estas dos mujeres, como otras muchas, no entraran en las estadísticas del Observatorio de Violencia, aunque han sido asesinadas a manos de un varón.
Tampoco entrarán las supervivientes, ni los hijos que se quedan huérfanos. Vamos a mujer por día. Tenemos una prolija legislación en materia de igualdad, protección de la mujer, y campañas de difusión.
Sin embargo, el empujón legislativo no es suficiente en una sociedad que no avanza al mismo ritmo y la desigualdad se plasma día a día.
Siguen siendo las madres quienes se ocupan mayoritariamente del cuidado de los hijos menores, son ellas las que se ocupan de los ancianos, son ellas las que se dedican a limpiar la casa o hacer la compra.
Y siguen siendo ellos mayoritariamente los que hacen uso de la mujer como si de un objeto de uso se tratara.
Basta ver los anuncios sexistas, quienes son los usuarios de clubs de alterne, o las solicitudes de sexo incluso como oferta laboral. El acoso laboral y sexual afecta más a mujeres que a hombres.
El arraigo de la desigualdad sigue vivo. Y si bien no se pueden negar los avances, son las mujeres y las niñas quienes siguen sufriendo discriminación y violencia en todos los lugares del mundo.
La igualdad no es solo un derecho humano fundamental, sino la base necesaria para conseguir un mundo pacífico, próspero y sostenible.
La discriminación, sin embargo, se mantiene, porque encuentra su alimento en la cultura institucional y en una serie de factores que se ocultan por detrás de argumentos técnicos o supuestamente objetivos para justificar o naturalizar las ventajas de los hombres sobre las mujeres.
Antes, las evidencias utilizadas para explicar por qué ellos solían tener el privilegio del mando y ellas la obligación de la obediencia, se centraban básicamente en la débil capacidad cognitiva y emocional de las mujeres y en el temple, el coraje o la inteligencia varoniles. Las cosas han cambiado y en las universidades casi nadie cree en semejantes tonterías.
Actualmente, en muchos ámbitos las mujeres están por encima del varón y son ellas quienes alcanzan mejores resultados académicos o aprueban más oposiciones.
Pero las mujeres arrastran el lastre de la inferioridad. Lastre que fue perdurando a lo largo de los siglos y que está tardando, y mucho, en evolucionar.
Platón en el siglo V afirmaba que las mujeres eran el resultado de una degeneración física del ser humano. “Son sólo los varones los que han sido creados directamente de los dioses y reciben el alma”. Aristóteles consideraba a las mujeres seres humanos defectuosos. Eran varones estériles.
“La hembra, ya que es deficiente en calor natural, es incapaz de preparar su fluido menstrual al punto del refinamiento, en el cual se convierte en semen (es decir, semilla)”.
Las razones dadas en la ley romana (de la que deriva toda nuestra legislación) para restringir los derechos de la mujer eran descritas como la “debilidad de su sexo” o la “estupidez de su sexo”.
El contexto hace ver claramente que el problema no radicaba en la debilidad física de la mujer sino en que era el varón quien repudiaba a la mujer como un ser igual. De ahí que opinaran que eran seres carentes de juicio, por su incapacidad para pensar lógicamente.
Pues sí, aun después de tantos siglos, aún existen hombres y también mujeres, en cuyo subconsciente subsisten las mismas creencias.
Emma Gonzalez es abogada